El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-V propone criterios diagnósticos para diversos trastornos alimentarios, entre ellos el de evitación de la ingesta de alimentos en niños pequeños, la Bulimia Nerviosa y la Anorexia Nerviosa. Si bien ya no son separados entre trastornos alimentarios de la infancia y adultez, hay periodos más vulnerables. Las académicas Carolina Bello y Carla Leiva, nutricionistas y docentes de la carrera de Nutrición y Dietética de la Pontificia Universidad Católica, analizarán las causas y terapias para abordar los trastornos alimenticios en niños y adolescentes en el webinar gratuito que se realizará el lunes 22 de junio, a las 17 horas, en nutricion.uc.cl (inscripciones en https://nutricion.uc.cl/inscripciones-trastornos-alimentarios-en-el-nino/).
La evidencia científica señala que la anorexia nerviosa y la bulimia nerviosa se presentan con mayor prevalencia durante la adolescencia, ello por representar una etapa de mayor vulnerabilidad y cambios. En el caso del “Trastorno de evitación /restricción de la ingesta de alimentos”, podría generarse principalmente en niños menores de 6 años o en niños o adultos que presenten o perpetúen algún trauma asociado con la alimentación. La Academia Americana de Psiquiatría incorporó otro concepto a los Trastornos de la Conducta Alimenticia (TCA) que se refieren a la conducta alimentaria del niño pequeño, señalándolo como un problema lo suficientemente importante para producir un trastorno nutricional o socioemocional en el niño (entre 0-6 años de edad) y en los cuidadores y que requerirá de un tratamiento específico. Este equivale en algunos criterios al diagnóstico de trastorno de evitación/restricción de la ingesta de alimentos del DSM-V mencionado anteriormente.
Los factores de riesgo de trastornos alimentarios son multifactoriales porque el acto de comer no solo es una necesidad primaria para el niño, sino que contribuye de manera esencial a la relación con su familia y entorno. El desarrollo de la alimentación se inicia desde el nacimiento, evolucionando a medida que las funciones psicomotoras y sensoriales van madurando. En este proceso intervienen factores: genéticos, biológicos, conductuales, emocionales y ambientales y su interacción influye de manera directa en la regulación de la sensación de hambre y saciedad del niño, que se verá alterada si todos estos factores no funcionan de manera coordinada.
Estos factores de riesgo del TCA del “niño que no come” podrían iniciarse en la transición alimentaria desde la lactancia materna a la mamadera y de la papilla a la comida sólida. Estas etapas se denominan críticas en el desarrollo de niños entre 0 y 6 años, con especial frecuencia en menores de 3 años.
El “ARFID” y “TCA del niño que no come” se pueden manifestar con sensibilidad sensorial, evitando comer alimentos específicos y/o con pérdida de interés al alimentarse, restringiendo las cantidades consumidas y/o manifestando miedo a consecuencias adversas, evitando alimentos por un evento traumático al comer. Estos factores tienen que estar asociados a criterios diagnósticos del DSM V, al menos 3, para generar el diagnóstico. Estos criterios se refieren a pérdida de peso significativa, deficiencia nutritiva significativa, dependencia de la alimentación enteral o de suplementos por vía oral e interferencia importante en el funcionamiento psicosocial. La presencia de traumas asociados a la alimentación, largas hospitalizaciones, intervenciones que impiden alimentarse por vía oral, otorgan factores de riesgo que, si ocurren en la infancia temprana pueden dar lugar a conductas desadaptativas en torno a la alimentación que pueden perpetuarse a la edad adulta. Otros factores de riesgo a la hora de alimentarse en la infancia son la persuasión, el abuso de distracciones, el “soborno”, las amenazas, el sobre control del niño o del adulto.
Para Carla Leiva, académica UC, “es difícil establecer la incidencia de los trastornos de la conducta alimentaria del niño pequeño con claridad, debido a la heterogeneidad de las situaciones que engloban estos cuadros clínicos. Los padres que refieren tener problemas con la alimentación de sus hijos pueden estimarse en un 20-30% de los niños sanos con desarrollo normal y en un 80% en niños con necesidades especiales o alteraciones del desarrollo, de los cuales, solo un 1-5% de los niños cumplen los criterios para diagnosticar un Trastorno Alimentario relacionado al niño que no come”.
En adolescentes, al igual que en los niños, las causas de trastorno alimentario son multifactoriales. En la pre adolescencia y adolescencia la prevalencia de Anorexia Nerviosa y Bulimia Nerviosa aumenta. En estas patologías, los factores de riesgo son tanto personales, como familiares, sociales y genéticos, entre otros. Algunos de los personales son los rasgos de personalidad perfeccionistas, con baja autoestima, trastornos obsesivos compulsivos; los familiares se asocian a la disfunción familiar o familias con funcionamientos patológicos y los sociales, entre otros, a una cultura muy exigente en torno a la apariencia física y dietas. Estos factores de riesgo muchas veces no aseguran que se desarrolle un TA, sin embargo, debemos estar alertas sobre todo cuando hay un evento estresor o traumático o el inicio de una dieta o algún cambio en un momento vulnerable.
La académica Carolina Bello, también de la carrera de Nutrición y Dietética UC, comenta que el nutricionista tiene el deber de pesquisar a un paciente con factores de riesgo para advertir y contribuir a evitar que se desencadene un trastorno alimentario con una intervención adecuada y una derivación oportuna. En estos casos es importante entregar tranquilidad a la familia y mucho apoyo. Señala: “En la fase de tratamiento, debemos otorgar una atención nutricional integral, con una fuerte orientación a reestablecer el peso corporal y entregar educación alimentaria-nutricional. Esta educación debe estar enfocada en la enfermedad y sus consecuencias, en su comportamiento para desafiar su perpetuidad, desmitificar pensamientos y entregar estrategias para evitar recaídas. Además, generar una alimentación suficiente y equilibrada que permita y contribuya a sanar al paciente”.
ALERTAS PARA LOS PADRES
Ambas nutricionista explican que en los niños pequeños el signo de alerta principal es la no progresión adecuada del desarrollo pondo-estatural que en los casos más severos se traduce en desnutrición y talla baja. Es habitual que la dificultad alimentaria se acompañe de trastornos del sueño que pueden prolongarse durante años. Otro signos de alerta son el rechazo y la selectividad alimentaria.
Los factores de riesgo para desarrollar bulimia y anorexia nerviosa en niños y adolescentes son: personalidad obsesiva compulsiva, personas rígidas, intolerantes, controladoras o perfeccionistas. No identificar sensaciones de apetito saciedad, insatisfacción corporal, imagen corporal distorsionada, no reconocer las propias emociones, traumas, sobrecontrol de peso y la alimentación, evitar conflictos, además de los factores mencionados anteriormente.
Carolina Bello añade que: “muchas veces son los adultos los que tienen estos factores de riesgo, sin saber o sin tener un trastorno alimentario diagnosticado. Sin embargo esto influye en la crianza de sus hijos, contribuyendo a sumar factores de riesgo para ellos.”
La nutricionista continúa, explicando que los padres tienen que poner mucha atención a cambios en el comportamiento de sus hijos, a sus emociones y a sus problemas. Se debe aceptar que a veces, tanto padres como hijos, necesitan ayuda para enfrentar estas enfermedades, ya que si uno enferma, los involucra a todos y eso a veces genera negación en la familia. Lo anterior, retrasa la incorporación a un tratamiento y, por lo tanto, aumenta la gravedad de la enfermedad.
Asimismo, los padres o los cuidadores deben trabajar intensamente en alimentar una buena autoestima en sus hijos, amor propio y enseñarles estrategias funcionales para regular sus emociones, ya que son herramientas que pueden ser protectoras ante un trastorno alimentario.
Por su parte, la académica UC Carla Leiva destaca la importancia de una intervención multidisciplinaria ante el diagnóstico de un trastorno alimentario. “Los pilares de una terapia eficiente y efectiva incluyen el tratamiento de la enfermedad orgánica subyacente -si existe-, tratamiento nutricional (consejo nutricional y valorar la necesidad de requerir soporte nutricional) y conductual individualizado. Por tanto, en la terapia participa Nutrición, Pediatría, Psicología, Psiquiatría y Logopedia. En los casos más complejos es necesaria la ayuda de terapia de rehabilitación y aquí la participación de Fonoaudiólogos, Kinesiólogos y Terapeutas ocupacionales es esencial”, puntualiza.
Los trastornos alimentarios, al ser patologías psiquiátricas que están relacionadas con la nutrición, requieren profesionales de salud mental, nutricionistas, terapeutas y médicos para lograr una recuperación integral del paciente, dependiendo de la edad del paciente. Es importante destacar que este equipo debe estar capacitado en trastornos alimentarios, ya que, de lo contrario, el cuadro podría empeorar. La derivación oportuna de cualquier profesional que pueda pesquisar un trastorno alimentario a un equipo especializado es fundamental para la salud del paciente. Lo anterior, puesto que mientras antes se comience el tratamiento en el ciclo vital del paciente, mejor será su pronóstico y más rápida su posible recuperación.
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